La mañana de un 6 de enero, hace muchas décadas, amaneció junto a mis zapatos un elemento que cambiaría, en gran medida, mi futuro musical.
Se trataba de mi primer regalo de Reyes puramente tecnológico.
Corría el año 1974.
Hasta entonces había disfrutado de juguetes muy variados, lógicamente adecuados a una etapa más infantil de mi vida. Eran juegos y juguetes básicos, algunos con pilas, pero, visto con la perspectiva actual, no pasaban de ser mecanismos que hacían girar, avanzar o moverse a algún aparato: coches, helicópteros, naves espaciales o trenes.
En otras ocasiones, los Reyes me trajeron ropa necesaria, libros de la Editorial Vasco Americana (EVA), un reloj DOGMA o las últimas novedades en papelería, colonia o pañuelos de caballero.
Sin embargo, aquel año el «Philips EL3302» fue otra cosa.
Se abrió ante mis oídos una galaxia entera de autores diversos, cantantes variopintos, músicas del mundo, reivindicaciones de cantautores, historias en audiolibros y los más famosos clásicos de la literatura infantil y juvenil en formato audio, grabados en cintas de cassette por las grandes editoriales de libros.
Algunos de estos contenidos ya los había escuchado a través de RNE en alguna convalecencia de salud. Me fascinaban. Escuchar aquellas aventuras, acostado con unos auriculares que compré más tarde, me transportó a mundos infinitos y lejanos.
Fueron años y años de música. La evolución de mis gustos musicales se conserva en una pequeña, pero valiosa, colección de cintas guardadas con cariño en una maletita de skai rojo, diseñada con ranuras adecuadas para tal fin.
Claramente, mi padre acertó.
D. Sebastián, que así se llamaba mi progenitor, intuyó que un joven interesado en la música de DEEP PURPLE, PINK FLOYD, EMERSON, LAKE & PALMER, URIAH HEEP, SANTANA, QUEEN y otros semejantes necesitaba una herramienta adecuada para satisfacer sus ansias de volar por el mundo de los sonidos.
Y así, encargó a sus Majestades de Oriente, a través de un proveedor local de Málaga, la famosa tienda «HOLANDA RADIO LUZ», el citado aparato.
Una joya para la época.
El reproductor se colgaba al hombro en bandolera con su cinta de plástico resistente. Venía acompañado de un micrófono de mano con cable y conector DIN de 5 pines, un accesorio indispensable para las futuras grabaciones en cintas de cromo de la música emitida en programas de radio local, como «EL BUHO MUSICAL» del recordado locutor malagueño Antonio Guadamuro.
Aún conservo una viejísima cinta con la grabación de la primera vez que se emitieron las canciones de la película «FIEBRE DEL SÁBADO NOCHE» de los BEE GEES. La calidad de sonido era pésima, probablemente porque la cinta ya contenía varias grabaciones anteriores, el micrófono captaba ruidos de ambiente o, tras tantas reproducciones, el cromo estaba desgastado u oxidado. Quizás todo eso a la vez.
Sin embargo, lo que más recuerdo de aquel día de enero fue el regalo que acompañaba a aquel reproductor de cassettes.
Era una cinta de nuestra recordada Lola Flores.
Mi padre, gran aficionado a la Faraona, quiso darse también un pequeño homenaje añadido.
Estimo que pensó: «Se la incluyo en el lote y seguro que en algún momento me la dejará oír».
Acertó.
Aunque ese tipo de música estaba en las antípodas de mis gustos, no me desagradó el regalo. Sabía que era para él.
Aquel mismo día, después del almuerzo de Reyes, de visitar a la familia, de disfrutar de otros regalos y de usar yo el aparato durante todo el día, mi padre, al llegar la noche, tuvo su momento de felicidad navideña y escuchó a la más grande cantar «PENA, PENITA, PENA».
Han pasado 50 años.
Aún conservo ese reproductor de cassette y aquella cinta.
Hoy, para que todos los que lo deseen puedan revivir estas experiencias, ambos objetos descansan y se exhiben en una de las vitrinas del Museo Andaluz de la Educación.
Verlos, tal como me llegaron a mí hace tantos años, deleitará a muchas personas que ya peinan canas, como yo.
José Antonio Mañas Valle