Prisionero (1999), de Tetsuya Ishida

Vuelve septiembre, y con él y las primeras lluvias y el retorno al nuevo curso. Para muchas personas el año comienza ahora. Necesitamos un consenso amplio que sitúe la educación y la formación como lo que es y lo que no dejará de ser, un asunto de Estado fundamental, independientemente de quiénes gobiernan. Hasta la fecha quienes han estado al frente del poder han hecho y deshecho pensando más a corto plazo y, sobre todo, en sus intereses ideológicos que en el presente y el futuro de las personas que habitan este país.

No ignoro que reivindicar un pacto político sobre la educación, cuando, con la fragmentación de partidos, los representantes políticos ni tan siquiera parecen capaces de formar un gobierno, no deja de ser utópico. Pero estoy de acuerdo con Oscar Wilde en que “un mapa del mundo que no incluya Utopía no es digno de consultarse, pues carece del único país en el que la humanidad siempre acaba desembarcando. Y cuando lo hace, otea el horizonte y al descubrir un país mejor, zarpa de nuevo. El progreso es la realización de Utopías”.

Ciertamente, progresamos menos de lo que nos gustaría. Con todo, aunque no está exento de una dimensión mitológica, el progreso es un imperativo ético-político. Elegimos y decidimos a menudo con el fin de mejorar, claro que no siempre acertamos. A continuación esbozaré unas cuantas ideas con el fin de someterlas a consideración pública en espera de ese debate imprescindible acerca de la educación-formación; algunas de las cuales, por cierto, podemos cultivar al margen de los acuerdos políticos que se alcancen:

  • Recuperar la cultura del esfuerzo y el trabajo bien hecho, en vez de la búsqueda de los resultados inmediatos, a veces propiciada por las nuevas tecnologías (“corta y pega”). Para esta cultura del esfuerzo y el trabajo bien hecho es crucial la paulatina adquisición de hábitos, que consisten en la repetición de actos encaminados a lograr virtudes, que son disposiciones a alcanzar la excelencia en determinados prácticas, según Aristóteles.
  • Recobrar la autoridad (que no se debe confundir con el autoritarismo, que implica abuso de poder y violencia), ya no sólo de los profesores, sino de la propia educación-formación. Si no reconocemos los valores de estas para transformarnos, primero a nosotros mismos, y luego a la sociedad, no podremos situarla a la altura que se merece. No se trata tanto de crear más leyes –sin hábitos que las respalden, inútiles– como de conquistar la autoridad por cómo actuamos. Asimismo, los alumnos con esfuerzo y trabajo desarrollarán el conocimiento y el consiguiente juicio para reconocer qué modelos de conductas deben prevalecer.Hannah Arendt sostuvo que “la crisis de la autoridad en la educación está en conexión estrecha con la crisis de la tradición, o sea, con la crisis de nuestra actitud hacia el campo del pasado”. Lo esencial en otras épocas ha sido tomar como modelo el pasado, creer que no hay mayor grandeza que ser comparados con los ejemplos de personas más dignas de nuestra memoria. Una figura europea y universal como Goethe lo declaraba así: “Yo no soy más que mi gran herencia”. Si supiéramos actualizar la herencia del pasado en cada época ampliaríamos notablemente nuestras condiciones de posibilidad del presente y del futuro. Pero, entre otros factores, el eclipse de las humanidades nos impide reconocer las enseñanzas y valores irrenunciables de la historia –que no es sólo lo que fue, sino también lo que continúa sucediendo–.
  • Menos razón instrumental y más humanidades. La razón instrumental ha crecido hasta tales extremos que, paradójicamente, nos convierte con frecuencia a los seres humanos en cosas. El ejemplo paradigmático es Auschwitz. Sabemos construir máquinas prodigiosas, sabemos enviar cohetes a la Luna… Pero a menudo desconocemos para qué. No basta con poder hacer, sino que primero hay que saber con qué fines y medios se debe llevar a cabo. Una inteligente crítica y lectura esencial sobre estos asuntos es el ensayo de Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil.
  • Formar personas, no sólo trabajadores. Con la deriva neoliberal se asocia la formación casi exclusivamente a la rentabilidad económica. Pero como ha argumentado Martha C. Nussbaum en un ensayo imprescindible sobre estas cuestiones, Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades: “Producir crecimiento económico no equivale a producir democracia, ni a generar una población sana, comprometida y formada que disponga de oportunidades para una buena calidad de vida en todas las clases sociales”. Para vivir como personas en sociedades no basta con aprender ciertas habilidades laborales. Además, no podemos saber con certeza a qué se dedicarán el día de mañana. En cambio, sí sabemos que como trabajador –pero también como persona y ciudadano– responderá según se haya educado y formado. La formación de personas es más compleja y completa, pero al mismo tiempo nos permite desarrollar más libre y plenamente nuestra humanidad y nuestra comunidad.
  • Abrir otros caminos. Si bien hay capacidades imprescindibles –algunos “pedabobos” dirían “competencias clave”–, como leer, escribir, razonar, argumentar, calcular matemáticamente, expresarse correctamente en varios idiomas… Seguiremos contando con unos niveles inaceptables de abandono si le exigimos a todos los alumnos las mismas capacidades. Hay no pocos alumnos que no logran adaptarse a este sistema. Es conveniente que por medio de otros tipos de formación, por ejemplo, la FP y, en particular, la DUAL a partir de 2º de la ESO, descubran lo que son capaces de hacer y sean evaluados allí donde puedan ofrecer lo mejor de ellos.
  • Autocrítica constante. Los cambios por sí solos no significan progreso. Por eso es preferible cambiar lo que merece ser cambiado. Uno de los peores errores que se han cometido en los últimos años es introducir 1º y 2º de la ESO en los institutos de Secundaria, a pesar que una buena parte de los alumnos no han adquirido la suficiente madurez como para relacionarse con otros más mayores sin contagiarse de conductas irresponsables. La comunidad educativa puede dar testimonio de ello.
  • La tribu entera educa. La educación y, en menor medida la formación, es algo que a todos los miembros de una sociedad nos concierne. No hay nadie que de una manera o de otra no pueda enseñar o educar. Todos podemos y debemos dar ejemplo. Por ello necesitamos un firme y solidario compromiso de todos según las responsabilidades de cada uno.

Al igual que la democracia, con la que mantiene indisociables vínculos, la educación-formación es una tarea interminable. No nos desesperemos; confiemos y, sobre todo, pongámonos manos a la obra, esforcémonos con sentido común. Bastantes personas creemos, con Nelson Mandela, que “es el arma más poderosa para cambiar el mundo”. Sin embargo, nuestros esfuerzos y responsabilidades asumidas no parecen corresponderse de modo proporcional con estos sueños. ¿Seremos capaces de amar el mundo y mantener el esfuerzo para ayudar a nuestros hijos a habitar y construir un planeta menos inhóspito?

Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981)

Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981) es licenciado y doctor en Filosofía por la UMA con la tesis La función del arte de la palabra en la interpretación y transformación del sujeto. Ejerce como profesor de esta disciplina en el IES “Valle del Azahar” (Cártama Estación). Ha sido profesor-tutor de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea y de Éticas Contemporáneas en la UNED de Guadalajara.

Ha participado en más de treinta congresos nacionales e internacionales y ha publicado más de 160 artículos y ensayos sobre filosofía, antropología, teoría del arte, estética, literatura, ética y política. Es autor de Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos (Ilusbooks, Madrid, 2016), y del reciente Conocerte a través del arte (Ilusbooks, Madrid, 2018). Ha colaborado con artículos en doce libros, entre los cuales cabe mencionar: Ensayos sobre Albert Camus (2015), La imagen del ser humano. Historia, literatura, hermenéutica (Biblioteca Nueva, 2011), La filosofía y la identidad europea (Pre-textos, 2010), Filosofía y política en el siglo XXI. Europa y el nuevo orden cosmopolita (Akal, 2009). Ha comisariado dos exposiciones de arte (La caverna de Platón y La torre de Montaigne), y una de fotografía (Lugares comunes), y escrito para numerosas exposiciones de artes.

Escribe habitualmente en diferentes medios de comunicación (Descubrir el Arte, Café Montaigne, Homonosapiens, Claves de la Razón Práctica, Sur. Revista de Literatura, CASC…) sobre temas de actualidad, educativos, filosóficos, literarios, artísticos y científicos. Le han concedido cinco premios de ensayo, cuatro de poesía y uno de microrrelatos, entre ellos el premio de Divulgación Científica del Ateneo-UMA (2016) por Un viaje por el tiempo.