JOVELLANOS

«Es imposible hablar sin respeto de Jovellanos«, dijo el liberal Blanco White. A lo que el tradicionalista Menéndez Pelayo añadirá: «quizá es el alma más hermosa que España tiene en la modernidad». Que en España, donde con frecuencia, cegados por la envidia o las ideologías, tanto nos cuesta reconocer los méritos de alguien, un hombre obtenga el reconocimiento de personas que se encuentran en extremos ideológicos, no deja de ser admirable. Pero precisamente porque el comportamiento de este hombre no dejaba razones para otra cosa.

Principal promotor de las Cortes de Cádiz, líder intelectual de su generación, escritor, economista, político, pero sobre todo reformador y hombre de Estado, Jovellanos es sin duda una de las figuras más representativas de la Ilustración española. Si la Ilustración española se ha caracterizado por ser una «Ilustración insuficiente» (Eduardo Subirats), deficiencia que todavía hoy padecemos, es, entre otras razones, porque no abundaron ni abundan personalidades como la de Jovellanos, que es una curiosa mezcla de hombre de letras y de acción en el que prevalece el amor por lo público frente al interés individual. Es uno de los españoles más eminentes de nuestra historia civil.

Como era habitual en su época, cultivó el ensayo en sus formas fronterizas con una clara vocación práctica y reformadora: escribió numerosos informes, dictámenes, discursos, artículos y epístolas. Entre estos trabajos destacan el Informe sobre el expediente de la Ley Agraria (1794), en el que, recogiendo la tradición liberal, aboga por la liberalización del suelo; la Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España (1796); el Reglamento del Colegio Imperial de Calatrava, a juicio de algunos, el plan de enseñanza más logrado que hasta entonces hubo en Europa; y Memoria sobre educación pública. Tratado teórico-práctico de enseñanza pública, con aplicación a las escuelas y colegios de niños (1802), fruto de su confianza en la educación como mecanismo para el desarrollo individual y social, idea que es uno de los faros de la Ilustración.

Su método, su modo de argumentar, como ha señalado Elena de Lorenzo Álvarez, consiste en «un acopio de datos y documentación, imprescindible aunque luego libremente  interpretado; una notable atención a los aspectos históricos del asunto, pues solo sobre sus bases se pueden proponer reformas posibles y eficientes; una voluntad de concreción tanto en el diagnóstico de los males como en las propuestas de reforma, pues solo se puede incidir en la realidad delimitando objetos concretos; e incluso la evaluación de los recursos necesarios para costear las reformas y los medios para alcanzarlas».

El estilo, como el carácter o la fisonomía, declara Jovellanos, es propio de la naturaleza de cada ser humano. En su caso se caracteriza por un estilo directo, donde se escribe como se habla, pero no se habla de cualquier manera: «perfeccionando el arte de hablar, se perfecciona también el arte de pensar, que es el instrumento de la razón humana». Así pues, la escritura y el habla se funden y el conocimiento y el dominio de la materia guían el curso de las palabras.

Además de estar convencido de que «la instrucción es la base de toda prosperidad social», distingue entre la «soberanía», que es quien detenta el poder, es decir, el gobierno soberano, y la «supremacía», que es quien posee la legitimidad última, o sea, el pueblo. Piensa que la economía es la ciencia de la política, pero en contra de algunas interpretaciones de Adam Smith, cree en la necesidad de la intervención del Estado junto con la libertad de mercado.

Influido por Beccaria, interpreta la delincuencia no como algo propio de la naturaleza humana, sino como un síntoma social. Por eso es partidario de reformar antes que de castigar. En general, frente a la postura jacobina, cree en una revolución exenta de violencia y sustentada en unas reformas graduales y constantes. Como otros ilustrados, cree en el progreso, en la felicidad pública y en la paz internacional, ideales que, si bien han sido puestos en tela de juicio durante la llamada postmodernidad, no dejan de ser horizontes utópicos que orientan nuestro camino.

Ingresó en las Academias de la Historia y de San Fernando, y se lo nombró supernumerario de la Real Academia Española. Américo Castro acuñó el término «jovellanismo» para denominar «una actitud rectilínea en el orden moral, una constante aspiración al perfeccionamiento, un deseo de contribuir al renacimiento intelectual de la patria, una estímulo vivo para trabajar por el pueblo y, sobre todo, una austera impasibilidad nacida del conocimiento del deber y de la íntima satisfacción de la conciencia».

«Admiro a quien defiende la verdad y se sacrifica por sus ideas, pero no a quienes sacrifican a otros por sus ideas»
                                                                                                                                                                    Jovellanos

Sebastián Gámez