A Julia, en su segundo cumpleaños, con tanta filosofía de vida por aprender.

Las ciencias gozan de un alto prestigio social, hasta el punto de que han sustituido las expectativas de esperanza que tradicionalmente se han depositado en las religiones: antes se creía que estas nos salvarían y desde hace algún tiempo la salvación nos llega por medio de las ciencias. Sin ir más lejos, pensemos las vacunas contra el coronavirus.

A la filosofía, en cambio, no le acompaña la misma suerte, en parte quizá por su propia responsabilidad, pues en la búsqueda de fundamentos últimos no deja de cuestionar su valor. Sin embargo, la filosofía es la madre de todas las ciencias, que se han ido ramificando a partir del tronco originario. Antes de que estas hayan alcanzado la mayoría de edad o independencia empírica fue necesario establecer unos criterios de demarcación que la distinguen de otros saberes. Por ejemplo, no hay ciencia de lo particular, sino sólo de lo universal.

Pues bien, en este giro hacia lo universal fue crucial Sócrates, que no se conformaba con que la verdad, el bien o la justicia dependen del individuo o las circunstancias, sino que aspiraba que fuera común a la condición humana. Si no fue el primero, Aristóteles fue uno de los primeros en escribir acerca de una serie de materias esenciales como la lógica, la biología, la psicología, la retórica, la poética o la ética.

De modo que antes de que la psicología se convirtiera en ciencia empírica en la década de los 70 del siglo XIX de la mano de William James en Estados Unidos y Wilhelm Wundt en Alemania, la filosofía, al igual que la literatura, desempeñó un papel muy relevante (no es casual que ambos fueran filósofos). La neurología, que junto con la genética es una de las ciencias sobre las que se depositan más expectativas en la actualidad, tiene en filósofos racionalistas como Descartes y Spinoza a algunos de sus precursores.

Nos interesa conocer cómo funciona el cerebro en la medida en que repercute en nuestra conducta. En el siglo XVII Descartes planteó la hipótesis de que, lejos del dualismo antropológico que se remonta a Platón y al cristianismo, y se asocia corrientemente con su postura, existe una conexión entre lo corporal y lo mental en la glándula pineal. Luego se comprobó que era falso, pero indicó el camino a seguir.

Por lo que respecta al autor de Ética demostrada al modo geométrico, al igual que había hecho con el padre de la filosofía moderna en El error de Descartes, el neurocientífico Antonio Damasio le dedicó un libro, En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos, porque este filósofo anticipó siglos antes que los sentimientos despiertan a las razones. Habría que reescribir a la luz de estos descubrimientos una nueva Crítica de la razón pura, pero al mismo tiempo, observando las conductas de nuestra desorientada época, una Crítica de la razón sentimental. De lo anterior cabe inferir que la filosofía es un balbuceo que tarde o temprano se convierte en una disciplina científica empírica, si se me permite el pleonasmo.

¿Termina ahí la relación entre filosofía y ciencias? Tengo para mí que no. En la estela de su maestro, Platón a través de un diálogo entre Diotima y Sócrates define en El Banquete al filósofo como aquel que sabe que no sabe, y precisamente por ello desea saber, en contraposición al sabio, que cree que sabe, y justo por eso no le mueve el deseo de saber. Mientras que en la primera postura permanecemos abiertos a la búsqueda del saber, de la verdad, de la libertad, cuya última palabra no existe más que en un horizonte inalcanzable, en la segunda la clausuramos de manera dogmática.

De ahí que como indicara Nuccio Ordine en esta línea, «sólo quien ama la verdad puede buscarla de continuo. Esta es la razón por la cual la duda no es enemiga de la verdad, sino un estímulo constante para buscarla. Sólo cuando se cree verdaderamente en la verdad, se sabe que el único modo de mantenerla siempre viva es ponerla continuamente en duda. Y sin la negación de la verdad absoluta no puede haber espacio para la tolerancia».

Por tanto, no es lo mismo la ignorancia, una de las principales fuentes de procedencia del mal, que el reconocimiento de la ignorancia, que está en todo tiempo en el origen del conocimiento. Si no hay reconocimiento de la ignorancia quizá no haya tampoco regeneración del conocimiento a través de la duda y de la crítica. Así se renuevan las ciencias. Y es sabido el papel capital que la duda y la crítica han ejercido en la historia de la filosofía.

Recuérdese que Sócrates había señalado que una vida sin examen no merece calificarse humana. Sin el ejercicio interminable de la crítica no cabe progresar, sea en el ámbito que sea. Y por lo que se refiere a la primera, por medio de la duda metódica Descartes lo somete todo a perplejidad con el fin de encontrar una certeza que se pueda liberar de la incertidumbre. En el fondo, ¿es posible? Albergo mis dudas. El físico y divulgador científico Jorge Wagensberg escribió: «sólo tengo fe en la duda».

Complementaria de la duda y de la crítica es la pregunta, propia de la historia de la filosofía al menos desde Sócrates de nuevo, un tábano que no dejaba de interrogar a sus interlocutores en la plaza pública. Pero mientras que las preguntas de las ciencias suelen ser concretas y prácticas, las preguntas filosóficas son generales y no pretenden tanto cerrar una cuestión como profundizar en ella, mantenerla abierta y viva.

Cualquier espíritu filosófico, si se sabe ante Dios y este le ofreciera elegir entre la verdad o la búsqueda interminable de la verdad, se inclinaría al igual que Lessing por la segunda, que nos hace más libres y nos permite desarrollar la humanidad como un horizonte inalcanzable en el que la última palabra siempre está sobrevolando.

Otra función de la filosofía consiste en conceptualizar, poner nombre a los fenómenos que nos rodean. Quizá, como decía fray Luis de León, «para que las palabras y las cosas fuesen conforme». De manera que conceptualizar adecuadamente, llamar las cosas por su nombre, como quería el poeta invocando a la inteligencia, ¿no es el comienzo de cierta sabiduría y de la justicia?

No es cierto, pues, que los filósofos se han limitado a interpretar la realidad, como declaró Marx, o por lo menos que interpretar sea una operación inocente e insignificante. Parece que para transformar el mundo se requiere primero interpretarlo y comprenderlo. Tampoco es fortuito que las tumbas de Voltaire y Rousseau se encuentren a izquierda y derecha de la entrada del Panteón de los Hombres Ilustres de París: ambos jugaron con sus ideas papeles decisivos para que adviniera la Revolución Francesa, y con ella cayera el Antiguo Régimen, inaugurando una nueva época.

Los Derechos Humanos son asimismo inconcebibles sin la formulación del imperativo categórico de Kant: «Actúa de tal modo que trates a los otros siempre como fines en sí mismo y nunca meramente como medios». Sí, basta con alzar la mirada para comprobar que seguimos sin respetarlo tal como sería deseable. Pero en tanto que lo cumplimos logramos comportarnos de la forma más respetuosa y civilizada posible, ya que rechazamos instrumentalizarnos o cosificarnos, aunque haya sistemas económico-políticos y personas que lo pongan en tela de juicio.

Ahora bien, ante sistemas injustos sólo cabe desobedecer, aunque acatemos las leyes como signo de respeto a la voluntad general, interpelando a una ley más justa, como hizo Henry David Thoreau, que también puede considerarse fundador del ecologismo moderno. Lo que nos acostumbra a mover son los placeres y de lo que huimos es del dolor y del sufrimiento, como nos enseñó Epicuro introduciendo la razón para distinguir qué tipo de placeres y dolores son necesarios y cuáles no en una vida humana.

Por medio de la razón nosotros elegimos y tomamos decisiones, y con ello ejercemos nuestras libertades y responsabilidades cada día, calculando las ventajas y los inconvenientes, como aprendimos con los utilitaristas. Si bien hay aspectos cualitativos o valores a los que no estamos dispuestos a renunciar, pues siempre preferiremos, con Mill, «ser Sócrates insatisfecho antes que un cerdo satisfecho». Una vez más nos jugamos la humanidad en el incesante ejercicio de nuestras libertades.

Somos un interminable diálogo a lo largo de la historia compuesto de consensos y disensos, y necesitamos la luz de la razón para reconocer cuáles son los mejores argumentos en busca de un verdadero progreso que mejore las condiciones de vida de las personas y del planeta.

Sebastián Gámez Millán

Sebastián Gámez Millán (Málaga, 1981) es licenciado y doctor en Filosofía por la UMA con la tesis La función del arte de la palabra en la interpretación y transformación del sujeto. Es jefe del Departamento de Filosofía del IES Valle del Azahar (Cártama). Ha sido profesor-tutor de Historia de la Filosofía Moderna y Contemporánea y de Éticas Contemporáneas en la UNED de Guadalajara. Desde noviembre de 2022 es vocal de la Asociación de Filosofía de Andalucía (AAFI) por Málaga. Y desde julio de 2023, Director de Sur. Revista de Literatura.

Ha participado en más de treinta congresos nacionales e internacionales y ha publicado más de 420 artículos y ensayos sobre filosofía, antropología, teoría del arte, estética, literatura, ética y política. Es autor de Cien filósofos y pensadores españoles y latinoamericanos (Ilusbooks, Madrid, 2016), Conocerte a través del arte (Ilusbooks, Madrid, 2018), Meditaciones de Ronda (Anáfora, Málaga, 2020), Cuanto sé de Eros. Concepciones del amor en la poesía hispanoamericana contemporánea (UNED, Madrid, 2022) y Metamorfosis de Picasso (Galería de Arte Benedito, 2023). Ha colaborado con artículos en más de quince libros, entre los cuales cabe mencionar: Ensayos sobre Albert Camus (2015), La imagen del ser humano. Historia, literatura, hermenéutica (Biblioteca Nueva, 2011), La filosofía y la identidad europea (Pre-textos, 2010), Filosofía y política en el siglo XXI. Europa y el nuevo orden cosmopolita (Akal, 2009). Ha ejercido de comisario de la exposición «Cristóbal Toral: una aventura creadora» (2022), en el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, y ha escrito sobre numerosas exposiciones.

Escribe habitualmente en diferentes medios de comunicación (Descubrir el Arte, Cuadernos Hispanoamericanos, Claves de Razón Práctica, Revista de Occidente, Café Montaigne. Revista de Artes y Pensamiento, Homonosapiens, Sur. Revista de Literatura, Diario Sur, MAE (Museo Andaluz de la Educación), Muy Interesante) sobre temas de actualidad, educativos, filosóficos, literarios, artísticos y científicos. Le han concedido cinco premios de ensayo, cuatro de poesía y uno de microrrelatos, entre ellos el premio de Divulgación Científica del Ateneo-UMA (2016) y la Beca de Investigación Miguel Fernández (2019), UNED. Si tuviera que condensar una filosofía de vida en una frase, se inclina por «hacer lo que se ama y amar lo que se hace».