El colegio de San Agustín y el colegio Los Olivos

Probablemente, los edificios ocupados en Málaga por la orden de los Agustinos para ejercer su labor educadora sean de los que mejor pueden resumir la trayectoria histórico-educativa de la Iglesia en esta ciudad. Su largo periplo de más de cien años está marcado por diversos hechos relevantes, cuyo estudio nos proporciona unas primeras nociones de lo que ha sido y es la enseñanza privada religiosa. Por consiguiente, los edificios –tanto el de C/. S. Agustín, como el complejo del Atabal- suponen un recurso didáctico valioso para enseñar la Historia de la Educación. Hagamos ese repaso.

Los Agustinos compran el solar de los futuros convento e iglesia de la hoy denominada C/. San Agustín en enero de 1576. Ambos edificios se terminan en 1589. En 1843, tras ser desamortizado el espacio conventual se dedica a sede de los juzgados, del ayuntamiento, e incluso hospital, entre otros usos. Se devuelve al Obispado en 1863 y, cinco años más tarde, es utilizado de nuevo para las dependencias de la Casa Consistorial malacitana. La fachada que hoy podemos ver data de ese mismo año, de estilo neoclásico y realizada por Cirilo Salinas, según la obra de Teresa Sauret sobre el centro histórico editada por la Universidad de Málaga en 1993. Hasta 1918, la orden religiosa no vuelve a controlar el edificio, y posteriormente lo abandona en 1972, para trasladarse al nuevo colegio Los Olivos. Dos años más tarde, la Diputación lo adquiere y lo cede a la Universidad de Málaga, hasta 1985. El inmueble, con las características de unas instalaciones destinadas a convento, posee dos patios -uno de ellos es el antiguo claustro- y un muro perimetral que cierra el conjunto en pleno centro. Ese claustro, según la obra citada de Sauret, está situado en el primer patio, “es una obra del siglo XVIII y está conformado por una galería baja de arcos de ladrillo de medio punto sobre columnas toscanas de mármol blanco y dos pisos superiores cerrados por dos grandes ventanas de cristal”.

Una construcción que en estos momentos se encuentra abandonada, a la espera de sus propietarios decidan darle un uso correspondiente a su indudable valor patrimonial e histórico.

Las cada vez mayores exigencias educativas de finales de la década de los sesenta e inicios de los setenta del siglo XX, tanto legales como de índole social, provoca la necesidad de buscar una nueva sede para el Colegio. Son años de renovación educativa en la ciudad, especialmente de la iniciativa privada religiosa, ante los nuevos tiempos. La aprobación de la Ley General de Educación de agosto de 1970 –o ley Villar Palasí- trajo consigo mayores exigencias y un control más riguroso, así como unos requisitos académicos acordes con las nuevas exigencias económicas y sociales.

En esos años, tan transcendentales para la Historia de la Educación, los jesuitas del Estanislao Kostka de la barriada del Palo han ampliado considerablemente sus instalaciones, situadas muy próximas al mar; las escuelas del Ave María han conseguido unos terrenos magníficos para construir un nuevo colegio, también a orillas de la playa de la Misericordia, y cierran su histórico centro del Pasillo de Natera; el Colegio de la Goleta ha crecido con la lenta pero incansable compra de casas aledañas para ampliar y adecuar sus instalaciones a las exigencias de los nuevos tiempos educativos … Incluso en 1961, el Instituto público “Nuestra Señora de la Victoria” (el Gaona) traslada al edificio de nueva planta diseñado por Fisac, en Martiricos, su sección masculina … A los Agustinos ya les toca renovar sus instalaciones.

Efectivamente, Gabriel del Estal, Superior Agustino Provincial, gestor del traslado, asegura que recibe el 11 de noviembre de 1964 el mandato del entonces obispo Ángel Herrera Oria de buscar un sitio con “aire y sol”. Para ello, propuso el Puerto de la Torre, un lugar donde pasa mucho tiempo “sobre todo en verano”. Un lugar sin “el terral de Málaga y sin humedades”. El Superior decide comprar a Trinidad y María Espada “una explanada de olivos y de almendros” denominada “Vallejeras”, en la Finca Cabello: “el panorama era deleitoso, y el aire puro”. Cien mil metros cuadrados, adquiridos por ocho millones de pesetas. Con antelación, los intermediarios de la compra-venta del terreno, Alberto Ximénez y Alberto Llamas, invitan a algunos agustinos a visitar la zona desde el aire, utilizando para ello la avioneta de este último. El contrato de compra se firma el 5 de febrero de 1965. La primera piedra se coloca el 11 de noviembre de 1967 y la inauguración oficial el 7 de octubre de 1968, bajo el nombre de “Colegio Los Olivos”. Ese día entraron en sus aulas 942 alumnos (todos hombres) 441 de primaria y párvulos y 501 de Bachillerato y PREU.

El modernísimo edificio de aulas es un enorme cuadrado con un patio central descubierto. Consta de tres pisos de altura, con numerosas clases con una superficie media de 45 metros cuadrados cada una, un patio de columnas en la parte baja para actividades diversas, laboratorios, salón de actos -el más grande de un centro escolar malagueño del momento-, cuatro escaleras -una en cada esquina del edificio- para permitir la cómoda circulación de niños, y una piscina de 33 metros de largo. Todo ello rodeado por varios campos de fútbol y baloncesto con las medidas reglamentarias, amplios aparcamientos y una zona sin urbanizar, en el momento de su apertura, de olivos y almendros. Unas instalaciones aún hoy conservadas y ampliadas con un pabellón independiente para estudiantes de BUP y COU (1972), y otro para Educación Infantil (1983). Hoy, el Colegio Los Olivos cuenta aproximadamente con 2300 alumnos y alumnas matriculados.

Como hemos intentado demostrar, la historia de las dos sedes escolares de los agustinos se convierte en un ejemplo del recorrido de las órdenes religiosa y su labor educativa. Por un lado, las élites locales o bien les donan o les venden a precios reducidos los solares donde edificar sus colegios, lo cual demuestra la estrecha relación entre la sociedad malagueña y las autoridades eclesiásticas. En otros casos, la consecuencia de las desamortizaciones del XIX obligan a la Iglesia a ceder muchas de sus propiedades, las cuales, también en otros ejemplos, son restituidas en parte, con posterioridad.  Por otro lado, la implantación de nuevas ideas educativas durante el período tecnocrático del franquismo -años sesenta y setenta del siglo XX- y las obligaciones educativas que eso conlleva, son unas décadas de necesaria renovación de sus instalaciones.

Manuel Hijano del Río

Es profesor titular del área de Teoría e Historia de la Educación de la Universidad de Málaga. Sus últimas publicaciones versan sobre la Historia de la educación en la Transición democrática: las políticas educativas regionales o el estudio sobre los orígenes de las universidades andaluzas en este periodo.