Poner el belén en casa

Cuando nos daban las vacaciones lo primero que hacíamos era sacar las cajas del belén. Llevaban durmiendo todo un año. Apenas habían sufrido desgaste, aunque todo estaba aplastado en aquellas cajas viejas de cartón. Era un momento muy familiar. Se reunía toda la familia. Un momento entrañable que permanece en mi memoria como en los años de mi infancia.

Al ir sacando los diversos objetos recordábamos todas las diminutas construcciones que hicimos el año anterior. También las pequeñas reparaciones de alguna figurita que sufrió un accidente al caerse de lo alto de las montañas de corcho. Y mientras tanto siempre la misma frase… la misma cantinela incesante e insistente, «¿vamos a comprar cosas nuevas para el belén?».

Ir al centro de la ciudad, a los puestos del Parque o a la papelería que había justo al lado del Café Madrid de Málaga era un momento mágico. No sabías por cuál decidirte. Al final papá siempre era generoso y acababa comprando algo más de lo prometido.

Ya en casa el montaje. La ilusión de descolgar una puerta y ponerla sobre varias sillas (en aquella época no había tantas soluciones de la famosa empresa sueca). Había que buscarse la vida. Encima poner las telas. Echar arena, serrín y musgo. Poner los cristales para hacer el río (al principio sólo era «papel de orillo», que así se decía). Y después pegar el cielo a la pared y poner las montañas de corcho. Mil pedazos buscados en los sitios más inverosímiles que era un verdadero puzle. Ríete tú ahora del Tetris. Rellenar los huecos con musgo (por cierto, que cada año nos faltaba). Más tarde las piedrecitas alrededor del río. Y, por supuesto, esconder los cables de las pocas luces que parpadean en el portal, en la cascada y en el fuego de los pastores.

Y, por fin … sacar las figuritas. En ese momento empezaba la odisea sobre quién debe estar más de cerca o más lejos del niño Jesús. Discusiones bizantinas sobre si los Reyes Magos había que ponerlos cerca del castillo de Herodes o en el caminito al lado del río. Si las pastorcillas que bailan pegan al lado del huerto o si es mejor ponerlas cerca de la Anunciación. Horas de poner y quitar.

Hoy no es así. Ni siquiera se ponen ya belenes en las casas. La tecnología lo inunda todo. ¡Cómo un chico o una chica van a gastar su tiempo durante muchas horas, incluso varios días, en esta cosa tan aburrida!

Hoy prima la inmediatez. El que me lo den ya hecho. La ley de usar y tirar. Si necesito piedras para decorar las pido por Internet a esa famosa empresa con nombre de un rio muy grande y me las traen a casa limpias, todas uniformes y bien pulidas y envueltas en un magnífico sobre de plástico abre fácil.

Esto ya no tiene futuro. Sólo para algunos nostálgicos de otra forma de entretenimiento. De otra manera de utilizar la imaginación. En definitiva, de otra forma de ver la vida y el mundo que nos rodea. Otra época.

José Antonio Mañas
Comisario del MAE